lunes, 19 de noviembre de 2012

El segundo mandamiento, una adoración espiritual


No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra: No te inclinarás á ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos, sobre los terceros y sobre los cuartos, á los que me aborrecen,  Y que hago misericordia en millares á los que me aman, y guardan mis mandamientos. (Exodo 20:4-6)
En el libro de Éxodo de la Biblia encontramos los diez mandamientos. En el segundo mandamiento Dios prohíbe la adoración por medio de imágenes o estatuas. Este no se encuentra en los catecismos populares de la iglesia de Roma, fue suprimido. Cuando Constantino se convirtió al cristianismo a partir del año 312 DC comenzó a operarse en la iglesia romana una fusión entre el paganismo y el cristianismo. Dentro del paganismo romano se adoraba a diversos dioses todos ellos representados en estatuas. Para poder lograr que la religión se volviera popular y alcanzara a las masas, los sacerdotes cristianos fueron adoptando doctrinas falsas para lograr que el cristianismo se convirtiera en una religión popular, fácilmente aceptable para la mayoría de la gente. Fue así que se cometió el innombrable delito de cambiar la ley de Dios. Se cambiaron los diez mandamientos conforme habían sido entregados por Dios mismo a Moisés en el monte de Sinaí, tan sólo para conformar al pueblo.
El segundo mandamiento prohíbe la adoración por medio de imágenes. Comúnmente se cree que las estatuas son sólo un recordatorio y que en realidad no se está reverenciando a la estatua misma sino a la persona representada en la estatua. Pero al prender velas a la estatua, tocarle o besarle los pies y  arrodillarse delante de la imagen, sin duda alguna, el adorador está rindiendo un tipo de reverencia religiosa, está adorando.
Dios es uno y es Espíritu, es imposible verlo o contemplarlo porque habita en luz inaccesible, nadie puede ver la magnificencia de su gloria o su belleza en toda su plenitud, mucho menos puede ser representado con técnicas humanas, por más dotado que sea el artista. Tratar de representar a Dios por medio de una imagen es imposible porque ningún hombre ha visto a Dios.
En la adoración de las imágenes de los santos, se traspasan dos mandamientos. Se viola el primer mandamiento que prohíbe adorar otro ser fuera del Señor Todopoderoso. El Señor nunca permitió que se adorara a los santos, profetas o a la Virgen, de manera tal que el culto que se la rinde a estas personas, aunque hayan vivido vidas de santidad, está prohibido por la ley de Dios. Pero, por otro lado, también se infringe el segundo mandamiento que en sí mismo prohíbe la adoración por medio de imágenes, cualquiera sea la persona o cosa representada por medio de la imagen.
La Biblia dice que Dios es Espíritu. Esta cualidad de Dios le permite estar en todo el universo al mismo tiempo. Existen facetas de Dios sumamente difíciles de comprender para la mente finita del ser humano ¿Cómo puede ser que Dios conozca todas las cosas? No solamente conoce todas las cosas sino que la tierra con cada uno de sus elementos fue diseñada, planificada y creada por Dios. El Señor Todopoderoso escudriña los abismos y conoce las fuentes del mar. Cada mañana, por la palabra de Dios, el alba toma su lugar para inundar con su luz el firmamento y dar comienzo a una nueva jornada. Dios conoce los secretos de la muerte y le son descubiertos los secretos de la sombra de muerte. El vasto océano permanece en su lugar porque Dios dictaminó su decreto sobre él y le puso límite al orgullo de sus olas. El conoce los períodos y procesos de gestación de cada uno de los animales del planeta tierra y a todos llama por sus nombres. Dios es un ser absolutamente inigualable en conocimiento, poder y sabiduría, no existe ningún ser, fuera de su Hijo único, que sea igualable a Dios.
Dios estableció el segundo mandamiento para impedir que el ser humano limitara su adoración, que la circunscribiera a un lugar específico por medio de una imagen de yeso. La adoración por medio de imágenes impide que el espíritu del hombre se eleve y se conecte con el Espíritu de Dios en el reino de los cielos.
Jesús dijo que el hombre debía orar en lo secreto de su habitación porque Dios oía la oración hecha en secreto para recompensar en público. Es decir que para hablar con nuestro Padre y abrirle el corazón no necesitamos de ningún elemento físico, de ninguna imágen porque el Espíritu del Señor atraviesa toda la creación y puede comunicarse con nosotros aunque nos encontremos en el más profundo de los abismos o en la más alta montaña.
Por medio de la adoración genuina en espíritu el hombre contempla a Jesús y de esta forma viene a ser perfeccionado ya que  el hombre imita lo que contempla. La adoración en espíritu ennoblece el carácter y  comunica las cualidades del Espíritu de Cristo. Como el sello imprime su forma sobre la cera, así Dios imprime su carácter sobre los verdaderos adoradores que adoran en espíritu y en verdad.
En cambio, la adoración por medio de imágenes es limitada, el hombre deja de tomar conciencia de la omnipresencia de Dios. No puede entender que el Invisible acompaña cada uno de sus pasos, escucha cada palabra y considera cada uno de sus actos. La mente se acostumbra a una adoración sin altura. Por el otro lado, quien adora genuinamente en espíritu, con el tiempo desarrolla la conciencia de la presencia permanente del Señor y hace del Invisible su compañero constante y guía fiel.
Dios no desea un vínculo debilitado por una adoración parcial. Por el contrario el Señor desea un vínculo fuerte y cabal. Dios no desea sólo una parte de sus hijos, que sus hijos lo limiten y le den un lugar específico de alabanza, contemplación y adoración, El desea que la comunicación sea permanente y fluida, sin límites ni restricciones porque Dios nos ama inigualablemente, así también pide de nosotros un amor incondicional, que no tenga barreras de yeso, bronce, oro o plata.

jueves, 8 de noviembre de 2012

El primer mandamiento. La adoración verdadera


Yo soy el Señor tu Dios que te saqué de Egipto de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí (Exodo 20:3,4)

Este es el primero de los diez mandamientos contenidos en las Sagradas escrituras. Ellos fueron entregados a Moisés en el monte de Sinaí en el año 1400 AC aproximadamente. No es el primer mandamiento que se encuentra en los catecismos populares, pues estos fueron cambiados durante el siglo 3 DC. Sin embargo, en la Biblia podemos encontrar los diez mandamientos tal cual fueron comunicados al pueblo de Israel hace 3400 años.

Los diez mandamientos constituyen la base de la conducta cristiana, mediante su cumplimiento el ser humano llega a desarrollar todas sus potencialidades y finalmente alcanza la verdadera felicidad. Una vida ordenada por los mandamientos de Dios se desarrolla cabalmente y permite el desarrollo, no solo de la propia individualidad sino también de la vida del resto de los miembros de la sociedad.

El primer mandamiento prohíbe tener dioses fuera del Señor. En el mundo antiguo los pueblos paganos tenían gran cantidad de dioses, cada uno con cualidades propias y rasgos de personalidad particulares. Estos dioses en la mayoría de los casos participaban de las cualidades particularesde la humanidad, eran iracundos, borrachos, glotones o adúlteros. Mientras que el Dios de Israel, el Dios verdadero es Santo, misericordioso y puro.

Tan sólo Dios puede ser el único objeto de adoración de sus criaturas. Sólo El es digno de recibir la gloria, honra y honor. No hay nada ni nadie que puedan compararse a Aquel que habita en la eternidad. Dios trasciende el pasado, el presente y el futuro, conoce el fin de las cosas desde el principio, no existe un solo átomo que no se encuentre bajo la dirección del Todopoderoso Omnisapiente. Dios es incomparablemente superior a cualquier ser inteligente que existe en el Universo, la belleza de su Espíritu puede verse reflejada en toda su creación, la magnificencia del firmamento, la presencia imponente del océano, los frondosos bosques y las asombrosas junglas llenas de color y de vida constituyen sólo un pálido reflejo de la gloria de su Creador ¡Cómo no hemos de adorar a un Ser con estas cualidades! No alcanzarían todas los libros del universo para describir la magnificencia y belleza del Altísimo Dios.

Sólo Dios es fuente de amor y de vida. Al adorarlo sus criaturas lo contemplan y empiezan a reflejar su imagen en sus propias vidas. Dios pide la adoración de sus hijos, porque esta adoración perfecciona a sus criaturas. Cuando los seres humanos adoran al Dios verdadero sus espíritus se elevan y se funden con el Espíritu de Dios. Pero cuando los seres humanos adoran a dioses falsos se degradan y llegan a convertirse en su objeto de adoración. ¡Cuanto más terrible será la degradación de aquellos que adoran a cosas como el dinero!

El ser humano fue creado con una necesidad innata de adoración. Todos los hombres rinden culto a algo o a alguien. Están quienes adoran un equipo de fútbol, quienes adoran a una mujer o a un hombre ¡Incluso existen personas que adoran a la muerte y al Diablo!
En el nuevo testamento la adoración al Dios vivo  se renueva  en Jesucristo. Jesús dijo: “Yo soy el camino la verdad y la vida, nadie va al Padre sino es por mí”. Además en el libro de hebreos Pablo expresa lo siguiente: “Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en la tierra, dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios.” (Hebreos 1:6)

Grande es el misterio de la piedad: Dios ha sido manifestado en carne. El hijo de Dios, la imagen viva del Dios viviente vino a la tierra como un niño indefenso desde el vientre de la virgen María. Aquel que habita en la eternidad tomó forma humana. Este constituye el misterio más grande del universo. El Eterno que habita en luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver, se hizo visible en Jesús. Jesús es el pensamiento audible de Aquel que conoce todas las cosas desde el principio. El Hijo de Dios es el punto de conexión más asombroso que existe entre lo infinito y lo finito.

Debido a este misterio incompresible para cualquier mente 
humana la adoración a partir del nacimiento de Cristo toma un nuevo cauce que se canaliza a través de Jesucristo. Jesús ahora es el conducto de adoración a Dios. Por ello Jesús dijo también yo soy la puerta por la que entran y salen las ovejas. También dijo yo soy la escalera por la que suben y bajan los ángeles. Entonces Jesús es un camino, es una puerta es una escalera, es un vínculo.

En Jesús el Invisible se hizo visible, se acercó como nunca antes a la humanidad y no sólo esto sino que además nos dio a conocer los misterios ocultos desde tiempos inmemoriales. Jesús reveló la voluntad más profunda de Dios y en Cristo podemos entender el inmenso amor y bondad del Altísimo. En Cristo Jesús vemos la magnanimidad del Padre, su justicia perfecta que se combina con tierna bondad. En el Mesías encontramos el gran ejemplo que debe seguir todo hombre para agradar a Dios, El es el hermano mayor de todos los seres humanos, pues gracias a su vida todos nosotros tenemos una estrella norte que indica el rumbo a seguir.

Cuando Jesús hacía milagros la gente lo reverenciaba y lo adoraba. Conociendo Cristo su origen divino nunca prohibió a nadie que lo adorara. Jesús sabía que adorarlo no constituía una infracción al primer mandamiento. Si Jesús no hubiera sido el Padre encarnado, entonces adorarlo hubiera sido pecado porque Cristo hubiera sido un dios ajeno. Pero la armonía y perfección del plan que Dios ingenió para salvar al hombre no encuentra ninguna contradicción. Todo está perfectamente calculado y la adoración a Cristo está perfectamente articulada con la adoración al Padre celestial porque son una y la misma persona.

Mediante la contemplación y adoración del Hijo de Dios, todo ser humano se eleva y comienza a fundir su mente y espíritu con Aquel que es la imagen perfecta de Dios que contiene todos los misterios del universo. El hombre que se llega a Dios por medio de Jesús encuentra el conducto verdadero hacia la fuente de misericordia, paz y amor.
















miércoles, 7 de noviembre de 2012

EL ARREPENTIMIENTO


Entonces oído esto, fueron compungidos de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?
Y Pedro les dice: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. (Hechos 2:37,38)

Los judíos del tiempo de Jesús estaban asombrados por el poder de los apóstoles. Luego de la partida de Jesús y la venida del Espíritu Santo los apóstoles habían realizado grandes milagros y prodigios los cuales hicieron que toda la multitud se asombrara y temiera por haber crucificado al Mesías. Ante tal revelación, la gente empezó a preguntar a los apóstoles qué debían hacer para poder alcanzar el perdón de Dios y la salvación. Pedro les contestó que debían arrepentirse y bautizarse en el nombre de Jesucristo para el perdón de sus pecados.
En primer lugar, el arrepentimiento implica no sólo un reconocimiento del pecado, sino también un cambio de conducta. Mediante el arrepentimiento se reconoce la naturaleza destructiva del pecado que no sólo contamina la vida del pecador, sino también de todos los que lo rodean. Luego de reconocer la malignidad del pecado, el transgresor comienza una lucha por dejarlo atrás. El mensaje del evangelio incluye un mensaje de reeducación de aquellos cuyas vidas han sido manchadas por la transgresión. Esta educación constituye una preparación para el reino de los cielos.
Uno de los grandes problemas del hombre es aceptarse como pecador. Jesús reprendió la hipocresía de los fariseos, llamándolos sepulcros blanqueados. Estos hombres hacían alarde de su justicia humana imperfecta, creían en su interior que eran excelentes personas y, por otro lado, prescindían de la justicia y perfección de Dios.
Jesús les remarcaba a los fariseos, que las rameras y los publicanos los antecedían en el reino de los cielos. Los pecadores eran más aceptables para Dios que los fariseos porque ellos sentían más necesidad de la justicia de Dios que el resto de las personas. Las rameras y publicanos habían experimentado el rechazo de la sociedad y tenían plena conciencia de sus propias bajezas humanas. Muchos de ellos habían probado los placeres de esta vida y sus existencias habían perdido rumbo y sentido. Las rameras y los publicanos sabían que no eran buenos, ni aceptables para Dios o para los hombres. El hecho de reconocerse como pecadores los convertía en material más útil para el reino de los cielos que los mismos fariseos con toda su justicia superficial.
La presencia de Cristo en la vida de los pecadores constituía un bálsamo regenerador. Gracias a la necesidad de purificación que sentían sus manchados corazones abrían más fácilmente las puertas de sus vidas a la entrada del Espíritu Santo. La mansedumbre y la humildad son cualidades que hacen posible la presencia del Espíritu Santo en la vida de los pecadores.
El arrepentimiento difiere del remordimiento en que el primero conlleva una comprensión de la malignidad del pecado y un sentimiento de amargura por haber desobedecido a Dios. Por otro lado el remordimiento, es un sentimiento de pesar por las consecuencias del pecado, por el resultado amargo, pero no acarrea un deseo de cambio. La persona arrepentida desea cambiar su conducta y busca alcanzar todos los medios para lograrlo.
Juan el Bautista, el mensajero encargado de preparar el camino de Jesús, les decía a las personas que se hicieran frutos dignos de arrepentimiento porque el hacha estaba puesta a la raíz. Estos frutos de los cuales predicaba Juan, son los cambios que deben operarse en la vida del pecador. Alguna vez he escuchado a personas decir que confiesan los mismos pecados cada semana, como si la confesión en por sí misma fuera suficiente para completar el proceso de regeneración del hombre. La confesión es el primer paso pero luego que se reconoce la malignidad del pecado, es necesario hacer esfuerzos decididos por dejarlo atrás, buscar una y otra forma de cambiar la conducta desviada.
El sabio Salomón dice que el justo cae siete veces, pero siete veces torna a levantarse. En nuestro andar diario los hombres se podemos caer en el pecado y Dios entiende nuestra condición, sabe que estamos hechos de polvo y nuestras flaquezas son, muchas veces, más fuertes que nosotros. Pero el justo torna a levantarse, no se conforma con el pecado, sino que lucha por salir de él.
Existe una diferencia entre los cerdos y los corderos. Mientras que los cerdos se deleitan en el lodo podrido, se revuelcan y se refrescan en la suciedad, los corderos por su parte, cuando caen en el barro inmediatamente luchan por salir de él. El lodo podrido representa al pecado, los cerdos son los pecadores que se deleitan en el pecado y los corderos son los hijos de Dios que luchan por salir del pecado cuando caen en él. Muchas personas, como los cerdos, disfrutan del pecado, a pesar de entender que es perjudicial para sus vidas y las del resto. Los  cerdos no se esfuerzan por cambiar sus conductas, antes son felices practicando el pecado. Existen muchas personas que se deleitan hablando mal de los demás, calumniando, otros disfrutan del robo o los homicidios, otros practican el adulterio como forma de vida. No luchan ni tienen intenciones de cambiar.
Para alcanzar la salvación es necesario aceptar que somos pecadores. Es necesario deponer el ego y toda soberbia para aceptar humildemente la necesidad de un Salvador. Quien no pecó no necesita de Jesús, ni de la cruz del calvario, porque su propia justicia ante sus ojos es suficiente. En cambio quién aceptó su condición de pecador, necesita desesperadamente de un Redentor y la cruz del calvario se convierte en una luz en las tinieblas que resplandece inigualablemente. La sangre de Jesús, para aquel que aceptó sus pecados, es preciosa porque entendió que fue derramada para expiar sus culpas.
 Las rameras y los publicanos entendían más cabalmente que el resto de las personas que Cristo había muerto por sus pecados, esto los llevaba a un arrepentimiento más genuino y completo. El cambio de vida en este tipo de personas era radical. Luego de que Jesús entraba en sus vidas, no eran los mismos. Se comportaban de otra forma, buscando la santidad; se vestían de otra forma con pulcritud dejando los atavíos viles del pecado; hablaban en forma pura y correcta al igual que su Maestro; sus ojos estaban llenos de misericordia hacia el pecador, habiendo ellos mismos experimentado la gran misericordia de Dios en sus propias vidas. Estaban arrepentidos de sus pecados.