Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros,
como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por
sus amigos (San Juan 15: 12,13)
¿Alguna vez te
preguntaste cual el sentido de la vida?
¿Qué
objeto tiene nacer y existir en este mundo?
¿Qué finalidad
tiene trabajar, afanarse, enfermarse y curarse para seguir viviendo y
finalmente morir?
Quizás nunca te
detuviste a pensar el sentido de la vida porque desde niño te enseñaron a
correr para alcanzar tus metas, sin preguntarte cual era la finalidad de
alcanzarlas.
Nacer, crecer,
trabajar, formar una familia y finalmente morir ¿Todas estas cosas tienen
sentido en sí mismas?
Todas estas
cosas por sí mismas no tienen valor. En sí mismo el hecho de nacer y crecer,
formar una familia y trabajar no garantizan que el hombre alcance la felicidad.
Muchas personas tienen familia o hijos, con un buen trabajo, sin embargo
sienten que sus vidas no tienen sentido.
Sólo una cosa
puede otorgar sentido a la vida: El amor. Todas las cosas de la vida que se
experimentan y se hace con amor cobran un sentido trascendental. Quien encontró
el sentido a la vida, quien aprende a amar se siente realizado y pleno, se
siente feliz.
El amor es un objetivo sublime, trascendental,
el amor va más allá de la muerte. El amor transmite un sentido divino a todo
aquel que inspira. Es así que vinimos a este mundo para amar y ser amados.
En primer lugar,
fuimos creados para amar a Dios y luego para amar a sus criaturas, nuestros
hermanos y el resto de los seres de la creación.
Cuando amamos al
Creador entonces establecemos un vínculo con la Fuente de la Vida. De Dios
provienen todas las cosas inertes y animadas. Dios es la fuente de toda energía
y vida.
En Dios toda la
realidad cobra sentido, y el ser humano puede soñar con alcanzar metas
ilimitadas. El Señor puede dar vida eterna a aquellos que buscan cumplir sus sueños. No importa cuan elevadas sean las metas
de los que aman a Dios, pues tomando la mano del Todopoderoso todo sueño
es realizable.
Dios puede colorear la vida de cualquier
persona que no ve por delante más que un horizonte gris. Dios puede enseñarle a
cualquiera de sus criaturas cual es el cometido que debe cumplir dentro de la
gran familia humana. El gran Maestro tiene una tarea específica para cada uno
de sus hijos, pero lamentablemente, perdemos el rumbo porque no buscamos a
nuestro Guía.
Vivir con Dios
hace que cada latido del corazón pueda ser un festejo, cuando Dios entra a la vida
de un hombre, este entiende que el sol sale para iluminar su camino, y así
disfrutar de la luz que ilumina las flores y calienta el aire que entra en sus
pulmones, sólo para que sea feliz.
El hombre que
está junto a Dios empieza imitar el
carácter de Dios, cuya naturaleza es abnegada y humilde. Dios ama entregar todo
tipo de dádivas a sus hijos y compartir la felicidad con ellos. Entonces
quienes siguen el camino de Dios aman la vida y aman compartir la vida con el
resto de los seres humanos. Dios nos creó para que vivamos con los demás y
cumplamos una función que sea de utilidad al resto. Toda obra cobra
trascendencia cuando se hace para servir al Creador y a sus hijos.
El servicio a
los demás comunica sentido a la vida. Jesús lleva el servicio al máximo y dice
que el mayor amor de todos es poner la vida por los amigos, como él mismo puso
la vida por todos nosotros. Jesús murió
por amor, se entregó para salvarnos ¿Cuántas veces nosotros no entregamos a los
demás lo que debiéramos? Incluso nos cuesta entregar una sonrisa, una palabra
de aliento, o simplemente tiempo para compartir con nuestros amigos.
El amor abnegado
que se traduce en obras de servicio a los demás trae consigo una felicidad
genuina y llena de paz. Vinimos para amar cumpliendo todo tipo de obras que
sean para el bienestar del prójimo, en la realización de estas obras nos
perfeccionamos a nosotros mismo y alcanzamos el máximo desarrollo de nuestro
potencial y así vencemos a la muerte.
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