sábado, 16 de marzo de 2013

El bautismo de Jesús


También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él.
Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo.
Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios. (Juan 1:31,34)

El momento del bautismo de Jesús fue sublime. Aquel acontecimiento había sido profetizado en el libro de Daniel con la profecía de las 70 semanas. Israel estaba viviendo un momento de reavivamiento espiritual y los corazones estaban expectantes por la llegada del Mesías que habría de liberar al pueblo de Israel del yugo de la esclavitud.
Cuando Juan bautizó a Jesús, vió descender el Espíritu Santo en forma de paloma. La paloma es un símbolo de paz y de reconciliación de los hombres con Dios. Noé había enviado una paloma cuando terminó el diluvio que trajo una hoja de olivo en su pico como evidencia que la tierra estaba descubierta. En el bautismo de Jesús el Espíritu Santo descendió en forma de paloma para anunciar la reconciliación de Dios con los hombres porque “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo (2 Corintios 5:19).
En el bautismo de Jesús estuvo presente el Espíritu Santo para anunciar que comenzaba un nuevo período en la historia de la humanidad. Dios enviaba a su hijo para poner fin a la separación resultante de la transgresión. El Padre celestial enviaba a su Ungido para liberar al mundo de la esclavitud del pecado.
En aquel momento sublime estaban presentes las tres personas de la Trinidad. El Padre se presentó cuando se escuchó una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. (Mateo 3:17)
Jesús vino al mundo a bautizar con el Espíritu Santo. Vino a enseñar  cosas ocultas desde la eternidad, vino a manifestar los pensamientos y sentimientos más ocultos del Padre Celestial. Cristo se convirtió en el gran legislador, por medio de sus enseñanzas la humanidad pudo ver el lado más profundo y espiritual de la ley. La ley, antes escrita en tablas de piedra, venía a ser escrita en los corazones de los hombres. Cada hombre que buscara a Dios con todo el corazón, y con todas sus fuerzas tendría ahora acceso al Padre por medio de la intercesión de Cristo.
Este era el sumo sacerdote profetizado, aquel en cuya persona se cumplían todos los símbolos y rituales establecidos en la ley de Moisés. En la persona de Cristo tenía su realización y cumplimiento cada sacrificio y cada ceremonia que preanunciaban su llegada al mundo. La historia llegaba a un punto de inflexión del cual nunca más regresaría.
Por medio del bautismo del Espíritu Santo, los hombres comprenderían finalmente la naturaleza misericordiosa y amorosa del Padre. Los hombres entenderían con el bautismo de Jesús que Dios es amor y  anhela la salvación y bienestar de sus hijos. Los hombres serían santificados por la presencia del Espíritu de Verdad, abriría sus ojos y finalmente se le quitaría la máscara Lucifer el padre de la mentira.
El Hijo de Dios había llegado a la Tierra, único especial, sin pecado. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. (Hebreos 4:15) Jesús vino a ser el Santo Hijo de Dios, apartado de todo pecado y maldad. Un ejemplo perfecto a seguir, lleno del Espíritu de Dios. Nunca la humanidad había estado tan cerca de Dios, con el bautismo de Jesús comenzaría su ministerio de perdón y liberación.
Los enfermos acudían a Cristo y eran sanados por el poder de Dios, las cadenas del pecado eran rotas, la enfermedad, resultado de la transgresión, curada. Los corazones endurecidos por la infracción a la ley de Dios eran enternecidos y la imagen de Dios en la humanidad restaurada. Había llegado el gran libertador de la humanidad.

viernes, 8 de marzo de 2013

HIjos de Dios



Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. (Juan 1:12, 13)

A pesar del rechazo siempre ha habido almas dispuestas a aceptar el mensaje de salvación. Jesús no había venido a llamar a justos sino a pecadores al arrepentimiento. Tan sólo el alma que ha aceptado su condición de pecado puede aceptar gozosamente el mensaje de la salvación. Ninguna persona que no haya tomado conciencia de su enfermedad mortal y que no sienta la necesidad de purificación de los pecados podrá aceptar el mensaje del Redentor que vino a llevar nuestros pecados para darnos una segunda oportunidad.
La primera condición ineludible para nacer como hijos de Dios es creer en el nombre de Jesús. Pedro dijo que no hay otro nombre dado a los hombres debajo del cielo en el cual pueda hallarse salvación. Al invocar el nombre de Jesús, aceptamos sus enseñanzas y por sobre todas las cosas que el Hijo de Dios tomó nuestro lugar en la cruz, llevó sobre sí nuestros pecados y por sus llagas fuimos curados. Al aceptar el nombre de Jesús, aceptamos que necesitamos nacer de nuevo, para dejar nuestra vida de pecado atrás. De esta manera justificamos a Dios y aceptamos que su ley es santa justa y buena y que su transgresión lleva a la destrucción de la vida.
Los hijos de Dios no son engendrados de carne o de sangre. Toda la raza humana es en cuanto creación propiedad de Dios. Sin embargo, ser hijos de Dios en el espíritu va más allá de una mera descendencia carnal. La filiación divina está relacionada con un nacimiento espiritual. Al someternos a los mandamientos de Dios, entonces sometemos nuestro espíritu a la voluntad divina y por lo tanto, nuestro espíritu es recreado a imagen y semejanza del Salvador. La imagen deteriorada de Dios en el hombre, es restaurada por la observancia a los mandamientos de Dios y el hombre recupera su naturaleza pura y santa.
En el nombre de Jesús los apóstoles echaban fuera demonios, devolvían la vista a los ciegos, sanaban enfermos y resucitaban muertos. Jesús dio la promesa de que todo lo que pidiéramos en su nombre El lo haría. Sin embargo, a pesar de todos estos preciosos dones del Espíritu otorgados en el nombre de Jesús, el mayor de todos los dones de Dios es el perdón de los pecados.  Al nacer como hijos de Dios por el nombre de Jesús nuestros nombres son anotados en el libro de la vida del Cordero. De esta manera en el día del juicio final, cuando el juez se siente sobre la silla y sean puestas delante de El todas las naciones, solamente aquellos que estén inscriptos en el libro de la vida podrán heredar la vida eterna y habitarán por siempre en la tierra prometida junto a Dios.

jueves, 7 de marzo de 2013

el Verbo Creador


En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
Este era en el principio con Dios.
Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.(Juan 1:1-3)

En el principio era el Verbo, la Palabra de Dios, el pensamiento de Dios audible. El Verbo era con Dios y el Verbo era Dios. El Verbo era una persona que habitaba con Dios, era la manifestación del pensamiento de Dios y aunque era una persona separada y distinta de Dios, en realidad era Dios mismo.
 A través de la Palabra fueron creadas todas las cosas. El Verbo es la Persona Divina que conecta lo invisible de Dios con lo visible, es un conducto por el cual se canaliza todo el amor de Dios para crear el universo. El Verbo es un punto de conexión entre lo infinito, lo eterno de Dios y lo finito y comprensible de toda su creación.
 Todas las cosas por él fueron hechas y sin El nada de lo que ha sido hecho fue hecho.
 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. (Juan 1:14)
 El Verbo se hizo carne a través de la virgen María. El Verbo se materializó en un hombre de carne y hueso venido en semejanza del resto de los seres humanos. Dios envió a su hijo en semejanza de carne de pecado (Romanos 8:3).  El Verbo Dios llevó sobre sí todas las flaquezas de una raza caída, sin embargo Jesús fue santo desde su nacimiento. No existía en Jesús ninguna propensión hacia el mal. El Salvador amaba hacer lo bueno por naturaleza, al igual que el primer Adán, Jesús  vino al mundo impoluto, sin la mancha del pecado para llegar a ser el segundo Adán. A diferencia del resto de los hombres no existía en Jesús ninguna atracción por lo malo. Jesús por naturaleza cumplía con la ley del amor abnegado que rige el universo.
 Jesús estaba lleno de gracia y de verdad. Jesús vino a manifestar la gracia de Dios, su perdón y amor por el pecador. Antes de que llegara al mundo la raza humana estaba sumida en el pecado. Las tinieblas y el error reinaba por doquier, como un barco sin capitán los hombres eran náufragos en el mar de la historia. Jesús vino lleno de verdad, vino a este mundo para oponerse al padre de la mentira Lucifer quien con sus engaños había llevado a nuestros antepasados a la transgresión y por sus mentiras había comenzado  a expandirse el error y la confusión en el universo. Jesús vino a poner freno a toda la maldad. Lleno de verdad declaró los misterios ocultos por siglos, para que la verdad se convirtiera en un faro que atrajera a las almas hacia la salvación.
El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación.
 Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. (Colos 1:15,16)
Jesús la Palabra de Dios hecha carne es la imagen del Dios invisible.  Antes de tomar forma humana, Jesús había sido el primogénito de la creación. Cristo es el principio generador de todas las cosas, tanto de las celestiales como de las terrenales. Cada criatura fue creada por Jesús en el principio, cada átomo y las órbitas de sus partículas están regidas por la palabra del Verbo Dios. Todas las cosas por El fueron hechas y sin El nada de lo que ha sido hecho fue hecho. Misteriosamente el Creador de todo el universo vino a este mundo tomando forma humana. Un misterio inigualable por el cual toda la potencia del Dios invisible estaba concentrada en un punto en el universo y se hacía visible en un ser humano aparentemente igual al resto de su congéneres.

 Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo (Hebreos 2:14)

 Jesús participó de carne y de sangre para llegar a ser semejante a sus hermanos en todo. Nunca la raza humana estuvo más cerca de Dios que cuando el carpintero divino habitó entre los hombres. Despojándose de su gloria y majestad celestiales vino a este mundo enfermo. El Verbo estando en el cielo gozaba de la alabanza y adoración de todas las criaturas celestiales. Sin embargo, eligió el camino del sacrificio y el perdón, dejó atrás la incomparable dicha del cielo desvistiéndose de su majestad y gloria para venir al planeta tierra y convertirse en un hombre. Vino el Rey del universo a nacer en un humilde pesebre para ser hijo de dos personas humildes y pobres como fueron José el carpintero y María. En esto Jesús no s enseña la ley del amor desinteresado que busca primeramente el bien de los demás antes que su propio bien. Esta ley rige el universo, nada fuera del egoísta corazón humano vive para sí mismo. Cada parte del universo tiene una utilidad y función para complementar, sustentar a sostener a otro elemento de la creación. El agua de las lluvias alimenta a cada planta y árbol que a su vez sustentan con sus frutos a todas las criaturas. Las abejas obtienen el polen de las flores para fabricar miel pero con su trabajo polinizan cada planta y permiten así su desarrollo y procreación.
 Se puede ver en la creación un entramado de relaciones que hablan de interdependencia. Cada ser del universo toma de los demás, pero toma para dar. En esto se manifiesta el carácter de Dios que dejó su marca indeleble en la obra de sus manos.

martes, 5 de marzo de 2013

La alimentación en el conflicto entre el bien y el mal


Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo. Hemos sido comprados por precio y somos meros mayordomos de nuestras fisonomías. Aquel que destruye su cuerpo es un siervo negligente, destruye igualmente su relación con el Creador.
 Dios nos habla principalmente a través de nuestro cerebro.  A través de nuestro cerebro podemos distinguir el bien del mal. A medida que potenciamos las facultades de nuestro cerebro, logrando su máximo rendimiento mediante un cuidado diligente del cuerpo, perfeccionamos nuestra relación con Dios. Nuestro discernimiento del bien y del mal se agudiza y nuestra mente se fusiona con la mente del Altísimo.
Aquellas personas que no brindan a sus cuerpos los cuidados debidos haciendo que sus facultades mentales se deterioren progresivamente, están poco a poco entrando en el campo del Destructor. Las trampas del enemigo de Dios han sido diseñadas para tener su culminación final a lo largo de mucho tiempo. Lucifer mina las fuerzas físicas y espirituales poco a poco y finalmente concreta sus maquinaciones cuando el alma está debilitada luego de haber cedido paulatinamente a la tentación.
La alimentación constituye uno de los puntos centrales en el conflicto entre el bien y el mal. Fue por el alimento que el pecado entró a la Tierra cuando Eva comió del fruto del árbol prohibido. Fue por ceder al apetito pecaminoso que su esposo acompañó a la infractora en su rebelión. Fue por el apetito que los israelitas se rebelaron contra Dios en el desierto cuando clamaron por carne cuando el Padre celestial les daba una provisión diaria de maná. Por el desear un plato de comida el profano Esaú vendió su primogenitura.
Por el otro lado, Jesús venció en el desierto prevaleciendo sobre la tentación precisamente donde el primer Adán había cedido. Luego de un ayuno de 40 días el Salvador del mundo venció a Lucifer en el apetito y luego comenzó con su ministerio de salvación y redención de la humanidad.
El control del apetito permite dominar el carácter. Quien refrena sus pasiones en la alimentación cotidianamente está ejercitando su templanza. Al vencer en esta área el cristiano encuentra fortaleza para vencer en el resto de las áreas que conforman su vida espiritual.