También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al
Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él.
Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar
con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece
sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo.
Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el
Hijo de Dios. (Juan 1:31,34)
El momento del bautismo de Jesús fue sublime. Aquel acontecimiento había
sido profetizado en el libro de Daniel con la profecía de las 70 semanas.
Israel estaba viviendo un momento de reavivamiento espiritual y los corazones
estaban expectantes por la llegada del Mesías que habría de liberar al pueblo
de Israel del yugo de la esclavitud.
Cuando Juan bautizó a Jesús, vió descender el Espíritu Santo en forma de
paloma. La paloma es un símbolo de paz y de reconciliación de los hombres con
Dios. Noé había enviado una paloma cuando terminó el diluvio que trajo una hoja
de olivo en su pico como evidencia que la tierra estaba descubierta. En el
bautismo de Jesús el Espíritu Santo descendió en forma de paloma para anunciar
la reconciliación de Dios con los hombres porque “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo (2 Corintios 5:19).
En el bautismo de Jesús estuvo presente el Espíritu Santo para anunciar
que comenzaba un nuevo período en la historia de la humanidad. Dios enviaba a su
hijo para poner fin a la separación resultante de la transgresión. El Padre
celestial enviaba a su Ungido para liberar al mundo de la esclavitud del
pecado.
En aquel momento sublime estaban presentes las tres personas de la
Trinidad. El Padre se presentó cuando se escuchó una
voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia. (Mateo 3:17)
Jesús vino al mundo a bautizar con el Espíritu Santo. Vino a
enseñar cosas ocultas desde la
eternidad, vino a manifestar los pensamientos y sentimientos más ocultos del
Padre Celestial. Cristo se convirtió en el gran legislador, por medio de sus
enseñanzas la humanidad pudo ver el lado más profundo y espiritual de la ley.
La ley, antes escrita en tablas de piedra, venía a ser escrita en los corazones
de los hombres. Cada hombre que buscara a Dios con todo el corazón, y con todas
sus fuerzas tendría ahora acceso al Padre por medio de la intercesión de
Cristo.
Este era el sumo sacerdote profetizado, aquel en cuya persona se
cumplían todos los símbolos y rituales establecidos en la ley de Moisés. En la
persona de Cristo tenía su realización y cumplimiento cada sacrificio y cada
ceremonia que preanunciaban su llegada al mundo. La historia llegaba a un punto
de inflexión del cual nunca más regresaría.
Por medio del bautismo del Espíritu Santo, los hombres comprenderían
finalmente la naturaleza misericordiosa y amorosa del Padre. Los hombres
entenderían con el bautismo de Jesús que Dios es amor y anhela la salvación y bienestar de sus hijos.
Los hombres serían santificados por la presencia del Espíritu de Verdad,
abriría sus ojos y finalmente se le quitaría la máscara Lucifer el padre de la
mentira.
El Hijo de Dios había llegado a la Tierra, único especial, sin pecado. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras
debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin
pecado. (Hebreos 4:15) Jesús vino a ser el Santo Hijo de Dios, apartado de todo
pecado y maldad. Un ejemplo perfecto a seguir, lleno del Espíritu de Dios.
Nunca la humanidad había estado tan cerca de Dios, con el bautismo de Jesús
comenzaría su ministerio de perdón y liberación.
Los
enfermos acudían a Cristo y eran sanados por el poder de Dios, las cadenas del
pecado eran rotas, la enfermedad, resultado de la transgresión, curada. Los
corazones endurecidos por la infracción a la ley de Dios eran enternecidos y la
imagen de Dios en la humanidad restaurada. Había llegado el gran libertador de
la humanidad.