viernes, 8 de marzo de 2013

HIjos de Dios



Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. (Juan 1:12, 13)

A pesar del rechazo siempre ha habido almas dispuestas a aceptar el mensaje de salvación. Jesús no había venido a llamar a justos sino a pecadores al arrepentimiento. Tan sólo el alma que ha aceptado su condición de pecado puede aceptar gozosamente el mensaje de la salvación. Ninguna persona que no haya tomado conciencia de su enfermedad mortal y que no sienta la necesidad de purificación de los pecados podrá aceptar el mensaje del Redentor que vino a llevar nuestros pecados para darnos una segunda oportunidad.
La primera condición ineludible para nacer como hijos de Dios es creer en el nombre de Jesús. Pedro dijo que no hay otro nombre dado a los hombres debajo del cielo en el cual pueda hallarse salvación. Al invocar el nombre de Jesús, aceptamos sus enseñanzas y por sobre todas las cosas que el Hijo de Dios tomó nuestro lugar en la cruz, llevó sobre sí nuestros pecados y por sus llagas fuimos curados. Al aceptar el nombre de Jesús, aceptamos que necesitamos nacer de nuevo, para dejar nuestra vida de pecado atrás. De esta manera justificamos a Dios y aceptamos que su ley es santa justa y buena y que su transgresión lleva a la destrucción de la vida.
Los hijos de Dios no son engendrados de carne o de sangre. Toda la raza humana es en cuanto creación propiedad de Dios. Sin embargo, ser hijos de Dios en el espíritu va más allá de una mera descendencia carnal. La filiación divina está relacionada con un nacimiento espiritual. Al someternos a los mandamientos de Dios, entonces sometemos nuestro espíritu a la voluntad divina y por lo tanto, nuestro espíritu es recreado a imagen y semejanza del Salvador. La imagen deteriorada de Dios en el hombre, es restaurada por la observancia a los mandamientos de Dios y el hombre recupera su naturaleza pura y santa.
En el nombre de Jesús los apóstoles echaban fuera demonios, devolvían la vista a los ciegos, sanaban enfermos y resucitaban muertos. Jesús dio la promesa de que todo lo que pidiéramos en su nombre El lo haría. Sin embargo, a pesar de todos estos preciosos dones del Espíritu otorgados en el nombre de Jesús, el mayor de todos los dones de Dios es el perdón de los pecados.  Al nacer como hijos de Dios por el nombre de Jesús nuestros nombres son anotados en el libro de la vida del Cordero. De esta manera en el día del juicio final, cuando el juez se siente sobre la silla y sean puestas delante de El todas las naciones, solamente aquellos que estén inscriptos en el libro de la vida podrán heredar la vida eterna y habitarán por siempre en la tierra prometida junto a Dios.

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