Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo. Hemos sido
comprados por precio y somos meros mayordomos de nuestras fisonomías. Aquel que
destruye su cuerpo es un siervo negligente, destruye igualmente su relación con
el Creador.
Dios nos habla
principalmente a través de nuestro cerebro. A través de nuestro cerebro podemos distinguir
el bien del mal. A medida que potenciamos las facultades de nuestro cerebro,
logrando su máximo rendimiento mediante un cuidado diligente del cuerpo,
perfeccionamos nuestra relación con Dios. Nuestro discernimiento del bien y del
mal se agudiza y nuestra mente se fusiona con la mente del Altísimo.
Aquellas personas que no brindan a sus cuerpos los cuidados
debidos haciendo que sus facultades mentales se deterioren progresivamente, están
poco a poco entrando en el campo del Destructor. Las trampas del enemigo de
Dios han sido diseñadas para tener su culminación final a lo largo de mucho
tiempo. Lucifer mina las fuerzas físicas y espirituales poco a poco y
finalmente concreta sus maquinaciones cuando el alma está debilitada luego de
haber cedido paulatinamente a la tentación.
La alimentación constituye uno de los puntos centrales en el
conflicto entre el bien y el mal. Fue por el alimento que el pecado entró a la
Tierra cuando Eva comió del fruto del árbol prohibido. Fue por ceder al apetito
pecaminoso que su esposo acompañó a la infractora en su rebelión. Fue por el
apetito que los israelitas se rebelaron contra Dios en el desierto cuando
clamaron por carne cuando el Padre celestial les daba una provisión diaria de
maná. Por el desear un plato de comida el profano Esaú vendió su primogenitura.
Por el otro lado, Jesús venció en el desierto prevaleciendo
sobre la tentación precisamente donde el primer Adán había cedido. Luego de un
ayuno de 40 días el Salvador del mundo venció a Lucifer en el apetito y luego
comenzó con su ministerio de salvación y redención de la humanidad.
El control del apetito permite dominar el carácter. Quien
refrena sus pasiones en la alimentación cotidianamente está ejercitando su
templanza. Al vencer en esta área el cristiano encuentra fortaleza para vencer
en el resto de las áreas que conforman su vida espiritual.
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