viernes, 28 de septiembre de 2012

La Sangre del Cordero


Y mientras comían Jesús tomó el pan, lo bendijo y lo partió. Dio a sus discípulos y dijo: "Tomad, comed. Esto es mi cuerpo".
Luego tomó la copa, dio gracias, y la pasó diciendo: "bebed todos de ella. Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que va a ser vertida en favor de muchos para el perdón de los pecados"(Mateo 26:26-28)
Estas palabras son sumamente significativas para la humanidad. Ellas marcan un antes y un después entre dos sistemas de adoración, entre dos pueblos: el judío y el cristiano.
Durante mil quinientos años los judíos habían celebrado las fiestas rituales establecidas por Moises. En el cumplimiento de estas ceremonias, se derramaba la sangre de becerros y corderos para el perdón de pecados. Sin embargo, estas ceremonias habían sido establecidas por Dios para que su pueblo pudiera entender en que consistía el sacrificio del Mesías cuya sangre habría de purificar los pecados de la humanidad.
Cuando Juan el Bautista vio a Jesus en el Jordan lo reconoció como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Entendió que aquel humilde carpintero había venido al mundo para cumplir todos los símbolos de las ceremonias rituales del antiguo testamento.
El hombre judío en cumplimiento de las leyes mosaicas para la purificación de sus transgresiones debía escoger un cordero sin defectos símbolo de Aquel Sustituto que habría de morir sin pecado, en reemplazo por los pecadores. 
Jesus murió haciendo realidad todos los símbolos de las fiestas ceremoniales judías. Su sangre fue derramada al igual que la de los corderos para que todos aquellos que creyeran en su nombre pudieran tener vida por medio de su sacrificio. A través de la cruz de Cristo nos libramos de la muerte eterna porque El llevó la pena por nosotros y al mismo tiempo en sus heridas somos curados y nos convertimos en herederos de la vida eterna.
La paga del pecado es la muerte. La transgresión de la ley de Dios tiene como consecuencia ineludible la ausencia de vida. Dios es santo y puro, no admite pecado en la pureza de su ser y el pecado hace que Dios retire su presencia. Pero el Padre Celestial envió a su Hijo para limpiar por su sangre a los que estaban contaminados por la iniquidad del pecado. De esta forma Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo por medio de Jesus.
Por la sangre de Cristo Dios celebró un pacto con la humanidad. Al aceptarlo como sustituto, nuestra propia sangre no debe ser ya derramada, así tampoco nuestro cuerpo debe ser quebrantado por nuestras iniquidades porque Jesus bebió la amarga copa del castigo que pesaba sobre nuestra alma, así, gracias a su justicia, los creyentes adquirimos el derecho de beber la copa de la vida eterna.
El pacto antiguo consistía en el derramamiento de sangre de animales. El pacto nuevo y eterno ha sido sellado con la preciosa sangre de Jesucristo. Un nuevo pacto espiritual, cuyas ceremonias se realizan en lo profundo del corazón del hombre cuando acepta por fe la purificación por medio de la sangre de Jesús. Un nuevo pacto que nos traslada al santuario del cielo donde Jesus es nuestro mediador ante el Padre. Hoy puedes subir a ese tabernáculo de la paz para encontrar remedio para tus pecados y perdón.

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