lunes, 29 de octubre de 2012

CREER EN JESUCRISTO


Y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?
Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. (Hechos 16:30,31)
Pablo y Silas estaban en la cárcel y luego de que ocurriera un milagro asombroso el carcelero tuvo la necesidad de saber que debía hacer para alcanzar la salvación. El carcelero sabía que algún día sería juzgado por Dios y se decidiría su destino. En Biblia se encuentra una afirmación categórica repetida en numerosos pasajes: todos compareceremos ante el tribunal de Cristo, absolutamente todos los seres humanos rendirán cuenta en el día del juicio de lo que hicieron mientras estaban vivos.
En este juicio, por el que pasaremos todos, sólo podrán dictarse dos pronunciamientos, uno o el otro: La salvación eterna, en caso de haber sido aceptados por el tribunal; o la condenación perpetua, en caso de no llegar a reunir los méritos suficientes para alcanzar la salvación.
Todos los seres humanos son pecadores, sobre todos pesa una condenación ineludible. Cada ser humano lleva sobre sí la condena de muerte a causa de sus pecados. Tratar de lavarlos es imposible, pues el pecado constituye una mancha tan profunda que no puede ser limpiada con nada en este mundo.
Incluso en la tierra, conforme a las leyes humanas, hay ciertas acciones que acarrean consecuencias inevitables, son acciones que sólo pueden llevar una sola condena posible. Por ejemplo, quien haya cometido un asesinato intencional en la tierra no puede librarse de prisión pagando ni siquiera la suma más elevada, sólo cumplir con el encarcelamiento puede satisfacer la necesidad de justicia. De la misma forma sólo la muerte del pecador puede satisfacer la necesidad de justicia que acarrea el pecado.
La condenación del infierno no consiste en una tortura interminable que durará por los siglos. Esto haría de Dios un juez inexorable que paga con ilimitada dureza un pecado que se cometió en una vida finita, con consecuencias finitas. No, de ninguna forma esto puede ser así. En realidad, la condenación que pesa sobre los seres humanos es de naturaleza limitada. El castigo de los perdidos consistirá en la muerte eterna. Ellos perderán su vida para siempre y entrarán en un estado de inconciencia perpetua, nunca más volverán a sentir nada, ni experimentarán dolor o placer, ni dicha ni tristeza. Los condenados no serán torturados por toda la eternidad sin fin. Sin embargo, luego de haber sido castigados conforme a sus acciones, perderán su vida, dejarán de ser, satisfaciendo de esta forma, la necesidad universal de justicia. Esta condenación será llevada por quienes no hayan aprendido el valor de la vida, por quienes no tengan un carácter idóneo, apto para la vida pacífica, armoniosa y en comunión con el resto de los seres vivos, ellos nunca serían felices en el reino de los cielos.
Viendo el juicio venidero el carcelero de Pablo le preguntó acerca de lo que tenía que hacer para ganar la vida eterna. Pablo contesto con lo imprescindible: Creer en el nombre de Jesús.
Creer en Jesús significa creer en el Hijo de Dios. En el sustituto de nuestros pecados ¿Cómo puede ser que el solo hecho de creer libere al homicida, al ladrón o al adultero de su condena? Aunque parezca increíble la fe en Jesús salva al creyente porque la condena que pesaba sobre el pecador es llevada por aquel que nunca pecó. De esta forma la pureza y justicia de Jesucristo son otorgadas al creyente y sus pecados son depositados en forma misteriosa en la cruz del calvario.
Al creer aceptamos el sacrificio del Mesías. Esta profesión de fe en el Hijo de Dios implica que el pecador acepta su condición deplorable y por ende que es merecedor de la pena de muerte. Acepta que el pecado es un elemento destructivo en su vida y la vida del resto de los humanos. Al aceptar al pecado como elemento destructivo de la humanidad, al mismo tiempo acepta la justicia de Dios y sus mandamientos como necesarios para lograr la armoniosa convivencia de los seres vivos. De esta forma se aceptamos que la ley de Dios es justa y buena y nosotros andábamos por caminos errados cuando vivíamos en nuestros pecados.
La cruz de Cristo es central en la historia de la humanidad. Sin duda alguna, por más que en el mundo existan millones de personas no cristianas, es indiscutible que la vida, muerte y resurrección de Cristo marcan un punto de inflexión en donde todo el curso de la historia de los hombres cambió radicalmente.
La fe en el Hijo de Dios comunica salvación no solamente al creyente sino también a todos los miembros de su familia. El creyente se convierte en un punto de conexión con la sangre redentora por la cual todos pueden llegarse al trono de la gracia para alcanzar salvación. Dios te llama a creer. La fe es un don de Dios, que puede pedirse con humildad, entonces como el grano de mostaza, la fe llegará a convertirse en un gran árbol en la vida del creyente, en el árbol de la vida eterna.






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