lunes, 8 de octubre de 2012

EL SENTIDO DE LA VIDA


Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos (San Juan 15: 12,13)

¿Alguna vez te preguntaste cual el sentido de la vida?
¿Qué objeto tiene nacer y existir en este mundo?
¿Qué finalidad tiene trabajar, afanarse, enfermarse y curarse para seguir viviendo y finalmente morir?
Quizás nunca te detuviste a pensar el sentido de la vida porque desde niño te enseñaron a correr para alcanzar tus metas, sin preguntarte cual era la finalidad de alcanzarlas.
Nacer, crecer, trabajar, formar una familia y finalmente morir ¿Todas estas cosas tienen sentido en sí mismas?
Todas estas cosas por sí mismas no tienen valor. En sí mismo el hecho de nacer y crecer, formar una familia y trabajar no garantizan que el hombre alcance la felicidad. Muchas personas tienen familia o hijos, con un buen trabajo, sin embargo sienten que sus vidas no tienen sentido.
Sólo una cosa puede otorgar sentido a la vida: El amor. Todas las cosas de la vida que se experimentan y se hace con amor cobran un sentido trascendental. Quien encontró el sentido a la vida, quien aprende a amar se siente realizado y pleno, se siente feliz.
 El amor es un objetivo sublime, trascendental, el amor va más allá de la muerte. El amor transmite un sentido divino a todo aquel que inspira. Es así que vinimos a este mundo para amar y ser amados.
En primer lugar, fuimos creados para amar a Dios y luego para amar a sus criaturas, nuestros hermanos y el resto de los seres de la creación.
Cuando amamos al Creador entonces establecemos un vínculo con la Fuente de la Vida. De Dios provienen todas las cosas inertes y animadas. Dios es la fuente de toda energía y vida.
En Dios toda la realidad cobra sentido, y el ser humano puede soñar con alcanzar metas ilimitadas. El Señor puede dar vida eterna a aquellos que buscan cumplir  sus sueños. No importa cuan elevadas sean las metas de los que aman a Dios, pues tomando la mano del Todopoderoso todo sueño es realizable.
 Dios puede colorear la vida de cualquier persona que no ve por delante más que un horizonte gris. Dios puede enseñarle a cualquiera de sus criaturas cual es el cometido que debe cumplir dentro de la gran familia humana. El gran Maestro tiene una tarea específica para cada uno de sus hijos, pero lamentablemente, perdemos el rumbo porque no buscamos a nuestro Guía.
Vivir con Dios hace que cada latido del corazón pueda ser un festejo, cuando Dios entra a la vida de un hombre, este entiende que el sol sale para iluminar su camino, y así disfrutar de la luz que ilumina las flores y calienta el aire que entra en sus pulmones, sólo para que sea feliz.
El hombre que está junto a Dios empieza  imitar el carácter de Dios, cuya naturaleza es abnegada y humilde. Dios ama entregar todo tipo de dádivas a sus hijos y compartir la felicidad con ellos. Entonces quienes siguen el camino de Dios aman la vida y aman compartir la vida con el resto de los seres humanos. Dios nos creó para que vivamos con los demás y cumplamos una función que sea de utilidad al resto. Toda obra cobra trascendencia cuando se hace para servir al Creador y a sus hijos.
El servicio a los demás comunica sentido a la vida. Jesús lleva el servicio al máximo y dice que el mayor amor de todos es poner la vida por los amigos, como él mismo puso la vida por todos nosotros.  Jesús murió por amor, se entregó para salvarnos ¿Cuántas veces nosotros no entregamos a los demás lo que debiéramos? Incluso nos cuesta entregar una sonrisa, una palabra de aliento, o simplemente tiempo para compartir con nuestros amigos.
El amor abnegado que se traduce en obras de servicio a los demás trae consigo una felicidad genuina y llena de paz. Vinimos para amar cumpliendo todo tipo de obras que sean para el bienestar del prójimo, en la realización de estas obras nos perfeccionamos a nosotros mismo y alcanzamos el máximo desarrollo de nuestro potencial y así vencemos a la muerte.

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