miércoles, 10 de octubre de 2012

LA GRAN RECOMPENSA


Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís. (Colosenses 3:23,24)


La Palabra de Dios nos manda a hacer todas las cosas de corazón. Toda obra por pequeña que sea debe emprenderse con esmero y dedicación, aplicando todas nuestras destrezas, habilidades y ciencia para que obtener resultados óptimos. Todo empresa que se inicia sin el anhelo de metas elevadas termina por volverse tediosa y aburrida. Pero cuando el hombre pone todo su empeño,  dedicación y amor las tareas diarias terminan por convertirse en actividades que tienen el poder de recrear al alma que las realiza.
Una actividad que se realiza con amor, lejos de disminuir las fuerzas de quien la lleva a cabo, comunica nuevas fuerzas e inspiración para alcanzar objetivos cada vez más elevados.
Lo peor que le puede suceder a un hombre es proponerse objetivos bajos y alcanzarlos. Esto causa aburrimiento y la vida termina por tornarse gris e insípida. Pero quien confía en la mano poderosa de Dios siempre se fijará metas elevadas. El hombre debe tener sanas ambiciones que lo motiven a avanzar y realizar todas sus tareas con tesón y valentía.
 En la búsqueda de motivaciones pueden surgir muchas. El hombre puede visualizar en el horizonte todo tipo de objetivos que lo inspiren a avanzar decididamente. Sin embargo, el más noble de todos estos fines siempre será agradar al Señor, nuestro Padre y Creador. Dios es amor y ese amor puede verse reflejado en toda su creación. El Diseñador Celestial hace todas las cosas para que sus hijos puedan ser felices y merece ser honrado. Aunque el pecado proveniente del Diablo ha manchado la obra de Dios, aún puede distinguirse claramente la firma del Amante y Misericordioso en todas las cosas que nos ama profundamente. Servir a Dios debe ser la gran motivación del hombre.
Otro móvil del hombre, como lo expresa el apóstol Pablo, es la herencia de vida eterna que recibiremos de Dios. No existe ningún sueño, por elevado que sea que no vaya a concretarse cuando el Señor venga por segunda vez. Ninguno de los bienes y anhelos de esta vida puede compararse a la gran remuneración que Dios tiene preparada para aquellos que sean aprobados en la escuela de la vida. La mayor de todas las recompensas que el hombre pueda buscar, sin duda requiere esfuerzos decididos y firmes para alcanzarla, no es fácil pero el pago es inmensamente superior a cualquier esfuerzo que pueda hacerse en este mundo.
 ¿No trabaja el hombre para ganar un salario corruptible aquí en la Tierra? ¡Cuánto más debiera trabajar para ganar la vida eterna! Podremos ver al Señor en persona, al Rey del Universo y a todos sus hijos que vivieron durante toda la historia, y no solamente esto, sino también a todos los ángeles e hijos de otros mundos. Veremos cosas que ningún hombre ha imaginado jamás, cosas asombrosas, un viaje que ninguna moneda de la Tierra puede comprar. Solamente se debe servir al Señor con fervor, cada día, sin afanarse por el futuro, para terminar siendo herederos de la recompensa más grande con la que ningún hombre jamás soñó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario